Se dijeron adiós, un día,
y en siete años de melancolías,
ella pensaba que nunca regresaría,
ese amor por quien vivía y moría.
Y así fueron pasando los días,
con un puñal clavado en su herida,
y esa lámpara que alumbraba su vida,
ella quiso apagarla, pero aún ardía.
En esta larga vida,
de tormentas y huidas,
camina mujer, camina, yo le decía,
que quizás algún día, el regresaría.
Con sus palabras, que su Dios existe,
le puso en sus manos, el corazón pérdido,
llenandose de melancolías que la ponían muy triste,
por ese amor, hijo del olvido.
Y cada año renacían, las flores en primavera,
o se secaba, las hojas en el otoño,
que le hacían sentir sus caricias certeras,
y sus vivencias, que negaban los retoños.
Su amor no era pequeño,
y debió vivir su pena y dolor,
para alcanzar su sueño,
como cuando retoña una nueva flor.
Ellos caminaban por la vida,
y un día en la calle, se cruzaron,
y se hablaron con la mirada,
y supieron que en esta vida, ellos se amaron.
Sus recuerdos, hoy son realidades,
después de llorar, sin tener lo amado,
le roban al mundo, horas de felicidades,
porque es hoy que se vive, dejando atrás el pasado.
© Emely
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